martes, 3 de noviembre de 2020

Jesús Muruais

      Es Muruais, sin género de duda, el escritor gallego que mejor posee y con más acierto cultiva el difícil arte de la crítica literaria; pues une a su mucha y bien digerida lectura, un certero golpe de vista, buen sentido, gusto depurado y perspicaz espíritu de observación.

Si en vez del vicio de la pereza, único que le conozco, tuviese la virtud de la actividad,
su nombre como crítico y escritor notable, resonaría hoy, fuera del estrecho círculo de la pequeña patria donde todos le admiramos, todavía más alto que otros muchos que figuran en la primera aristocracia del reino de las letras.

Y esa pereza literaria es sin embargo muy disculpable; suelen ser acicates de la pluma cuando no los anhelos de la gloria, los apremios de la prosaica necesidad; y el autor de las Semblanzas Galicianas, libre de aspiraciones ambiciosas y a salvo de las estrecheces que engendra la pobreza, abandona la fatigosa labor de escribir para el público, y en la paz de su biblioteca, rodeado de libros que le deleitan y de amigos que le estiman, vive feliz y tranquilo como el pez en el agua.

¡Y qué biblioteca aquella! Quizás no haya dos en Galicia que puedan igualársele. Dentro de sus estantes se apiñan aprisionados, desde la obra rara de la que solamente se hizo una pequeña edición de ejemplares numerados, hasta el libro popular que se extiende por el mundo literario. No bien se anuncia algo nuevo en literatura o arte, ya está Muruais adquiriéndolo antes que nadie; y sin salir de allí, dentro del amplio salón, puede el más exigente pasar brillante revista a las obras de todos los grandes ingenios contemporáneos.

     En aquel oasis literario, verdadero arsenal de libros y curiosidades, ha penetrado Galicia Moderna, a buscar noticias, a provistarse de datos, a revolverlo todo, a inquietar a Muruais obligándole a escribir una sección en sus columnas, y fotografiando, en fin, un pequeño trozo de un lienzo de su magnífica biblioteca.

Y Muruais, que posee un corazón que nada tiene que envidiar a su talento, a pesar de ser este muy grande, se amoldó a todas las exigencias, activo, complaciente y cariñoso; pues lo que nunca lograrían ni los halagos de la gloria, ni las tentaciones del lucro, lo consiguieron sencillamente las súplicas de un amigo. ¡Que, aunque pocas veces, también la amistad obra milagros!

Y aquí pongo remate a esta tentativa de artículo tn corto como malo; y no quiera Dios que cuando Muruais lo lea, me aplique aquella célebre frase que hilzo a propósito de cierto escritorzuelo muy pagado de si mismo.

–A ese – decía, con la gracia e intención que le caracterizan – hay que levantarle una estatua ecuestre… pero sin jinete.

 

Enrique Labarta Pose

Galicia Moderna 1 de junio de 1897

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