Es Muruais, sin género de duda, el escritor gallego que mejor posee y con más acierto cultiva el difícil arte de la crítica literaria; pues une a su mucha y bien digerida lectura, un certero golpe de vista, buen sentido, gusto depurado y perspicaz espíritu de observación.
Si en vez del vicio de la pereza, único
que le conozco, tuviese la virtud de la actividad,
su nombre como crítico y
escritor notable, resonaría hoy, fuera del estrecho círculo de la pequeña
patria donde todos le admiramos, todavía más alto que otros muchos que figuran
en la primera aristocracia del reino de las letras.
Y esa pereza literaria es sin embargo
muy disculpable; suelen ser acicates de la pluma cuando no los anhelos de la
gloria, los apremios de la prosaica necesidad; y el autor de las Semblanzas Galicianas,
libre de aspiraciones ambiciosas y a salvo de las estrecheces que engendra la
pobreza, abandona la fatigosa labor de escribir para el público, y en la paz de
su biblioteca, rodeado de libros que le deleitan y de amigos que le estiman,
vive feliz y tranquilo como el pez en el agua.
¡Y qué biblioteca aquella! Quizás no
haya dos en Galicia que puedan igualársele. Dentro de sus estantes se apiñan
aprisionados, desde la obra rara de la que solamente se hizo una pequeña
edición de ejemplares numerados, hasta el libro popular que se extiende por el
mundo literario. No bien se anuncia algo nuevo en literatura o arte, ya está
Muruais adquiriéndolo antes que nadie; y sin salir de allí, dentro del amplio
salón, puede el más exigente pasar brillante revista a las obras de todos los
grandes ingenios contemporáneos.
Y Muruais, que posee un corazón que nada
tiene que envidiar a su talento, a pesar de ser este muy grande, se amoldó a
todas las exigencias, activo, complaciente y cariñoso; pues lo que nunca
lograrían ni los halagos de la gloria, ni las tentaciones del lucro, lo
consiguieron sencillamente las súplicas de un amigo. ¡Que, aunque pocas veces,
también la amistad obra milagros!
Y aquí pongo remate a esta tentativa de
artículo tn corto como malo; y no quiera Dios que cuando Muruais lo lea, me
aplique aquella célebre frase que hilzo a propósito de cierto escritorzuelo muy
pagado de si mismo.
–A ese – decía, con la gracia e intención
que le caracterizan – hay que levantarle una estatua ecuestre… pero sin jinete.
Enrique Labarta Pose
Galicia
Moderna 1 de junio de 1897
No hay comentarios:
Publicar un comentario