domingo, 1 de noviembre de 2020

Carta de J. Muruais a Menéndez Pelayo (II)

 

Orense, 9 de abril 1885

 Mi respetable amigo: Al regresar hoy de Pontevedra, donde fui a pasar estas vacaciones al lado de mi Madre, encontréme con su amable carta del 1º, cuya lectura me proporcionó una de las mayores satisfacciones de mi vida. No esperaba siquiera que mi temeraria epístola, escrita en un arrebato de indignación, obtuviera los honores de una respuesta, cuanto más que la que en términos cariñosísimos ha tenido V. la bondad de dirigirme. ¿Será verdad lo de que audaces fortuna juvat?

¡Dios quiera que sus buenas intenciones se realicen y llegue a ser Ley su proyecto de que me habla! Pero, mientras tanto, dice V. bien: hay que resignarse. Y tanto me resigno, que ni aún me atrevo a seguir su consejo, presentándome a las oposiciones anunciadas… En las tres en que tomé parte, gasté en viajes y estancia en Madrid cuatro años de mi sueldo de supernumerario. Ahora en estas, que durarán seis meses por lo menos, gastaré más que en ninguna de las otras, probablemente para obtener el mismo resultado. Tengo yo mala sombra para oposiciones: me encojo y amilano en forma que aún parezco saber menos de lo que sé, con saber tan poco. Así me han vencido opositores que llamaban al divino Herrera, el Sr. de Herrera con finura encantadora, que citaban los más conocidos trozos del Arte poética horaciana con tal énfasis, que no parecía sino que la inmortal Epístola se la había dirigido a ellos confidencialmente el mismísimo venusino; en una palabra, me he convencido de que no debía hacer más oposiciones hasta después de obtener una cátedra por concurso, a no ser que me obligase a ello la necesidad más imperiosa.

Así, al menos, con el pan asegurado, no se uniría a la vergüenza de una cuarta derrota la amargura de tener que repetir viendo alejarse a mis victoriosos contrincantes el verso de Virgilio: Vivite felices quibus est fortuna peracta!

En la actualidad pretendo las Cátedras de Latín de Cáceres y Segovia. La primera salió a concurso entre supernumerarios solamente y difícilmente habrá quien me aventaje en condiciones, méritos y servicios… Diez años de auxiliar-supernumerario, ocho cursos completos, tres oposiciones aprobadas, con lugar en terna en una y votos para segundo lugar en las restantes, algunas obrillas literarias publicadas aquí, donde está muy mal visto eso de hacer libros, de modo que si mis pobres mamotretos están desprovistos de todo valor estético, son, en cambio, un verdadero alarde de valor cívico. Todas estas circunstancias, unidas a una simple nota de V. recomendándome al Ministerio, alcanzarían para mí el reposo necesario para poder hacer oposiciones a una buena cátedra y hasta para estudiar el Doctorado, contando con su indulgencia en el examen de la asignatura de  “Historia crítica de la Literatura española”.

Y, ahora, observe V. con qué arte he ingerido en el amazacotado párrafo precedente la petición eternamente española de una recomendación. ¡Ay! Es que he pagado harto cara la experiencia de que la recomendación es omnipotente e incontrarrestable. Mi objeto es, pues, evitar que me echen la zancadilla quienes no deban en justicia anteponérseme: como que si hay alguno aún más laborioso y desgraciado que yo en este concurso, renuncio a la protección de V. Y con ella cuento: de todos los dones humanos que las Musas han vertido en su cuna, no olvidaron el don supremo, el de la bondad.

No quiero abusar más de la suya, ni de su paciencia. Siempre le agradeceré el consuelo que le ha proporcionado con su carta, su ferventísimo admirador y amigo

 

Jesús Muruais

 

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