Muy Señor mío: Hace algunos años asistía
a la tertulia de la Sra. Dª Emilia Pardo Bazán, cierto desventurado opositor a
cátedras de Latín y Retórica, que más de una vez permitió contar sus cuitas al
autor de “Horacio en España”, considerando como una soberana injusticia el
haber sido pospuesto en las ternas del Tribunal, cuando contaba con una ventaja
inmensa sobre todos sus contrincantes: la de haber oído casi todos los días
durante una temporada de más de cuarenta, conversar de asuntos literarios al
polemista de “La Ciencia Española” y a la tan discreta como benévola autora de “Un
viaje de novios”.
Marchóse a su tierra el vencido opositor
y desde entonces no ha dejado de fortificar su admiración hacia el sabio
académico con la lectura de todas sus obras; devoró los tesoros de erudición
que se esconden en los tres tomos de los
Heterodoxos, doliéndose de que los artículos sobre Blanco (White) y
Marchena v.gr. no se hubieran publicado en otro país que esta tierra nuestra,
tan propensa a encogerse de hombros ante los prodigios de la naturaleza como
ante los del espíritu humano; meditó en las amargas palabras que sirven de
prólogo a la comenzada historia de las ideas estéticas de España y llegó hasta
reformar su opinión tan arraigada como desprovista de fundamento acerca de la
inferioridad del verso blanco, con el placer encontrado al paladear algunas de
las composiciones comprendidas en el tomo Odas,
epístolas y tragedias.
Si no bastan como títulos para dirigirme
a V. con quejas semejantes a las de antaño, el pesar y la vergüenza que he
experimentado al leer esos libros, de no tener la pluma de un Sainte-Beuve,
para poder hacer a V. justicia desde un campo opuesto al suyo, como el insigne
crítico francés supo rendírsela cumplida a Maistre y a Barbey d’Aurevilly,
revelaré a V. en confianza otro título precioso. Aquí, donde V. me ve tengo la
altísima honra de ser nada menos que su colaborador (!!!).- La fe de erratas inserta al final de su
traducción de la Historia de ese heterodoxazo de von Leixner, me pertenece por
completo.
Chanzas aparte, he aquí el motivo de mis
quejas. La “Gaceta” del 11 del corriente mes saca a oposición libre ocho cátedras de lengua francesa. ¿Es posible, don
Marcelino de mi alma, que los suyos no protejan algo más la triste carrera de
Filosofía y Letras? Esto se explicaba el año 45, el estado de la cultura
entonces apenas consentía otra cosa. ¡Pero hoy! ¿Por qué no demorar la
provisión de esas cátedras, si se quería guardar las formas, hasta que se
crease en nuestra Facultad una cátedra de “Literaturas extranjeras”? Para mí,
fue un rudo golpe este: aun no había renunciado al feo vicio de hacer oposición,
pero no tengo valor para presentarme a combatir con algún benemérito jouer d’orgues de Barbarie (pues ni
siquiera la condición de españoles se exige a los opositores) y me temo que habrá
hasta obstruccionistas, dispuestos a no sacrificar su derecho a menos de no
obtener veinte francos por barba de co-opositor, por vía de indemnización. Tal
vez ya no pueda remediarse ni aún para lo sucesivo esta fatal equivocación:
resignareme a seguir enseñando la lengua francesa e inglesa en la Escuela de
Comercio agregada a este Instituto, por la atroz retribución de 8000 reales una
con otra, y terminaré esta carta que empieza como una novela de Ortega y Frías,
ofreciendo al Benjamín de la Academia Española el decano de los supernumerarios
de Instituto Españoles (el título es ¡ay! mucho más grande que los emolumentos)
el testimonio de su admiración viva y ferviente quand mème.
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