Orense,
20 junio 1885
De
manera que habré aparecido a sus ojos como grosero y qué sé yo cuántas cosas
más hablándole sin ton ni son de mis pretensiones ante el Consejo mismo de que
Vd. forma parte y todo porque la “Guía oficial” es un libro aún más caro que
interesante y por estarme sirviendo hasta ayer de un ejemplar del año pasado
suministrado por el Secretario de la Diputación, a quien en conciencia cabe
toda la responsabilidad del caso, así como incumbe al Sr. Administrador de
Correos de esta la de haberme proporcionado con un ejemplar más moderno del libro
la no escasa dosis de vergüenza que acompaña a los grandes desengaños.
Perdóneme
Vd. Pues, mi falta de respeto y hasta de tacto enteramente involuntaria.
Recientemente
he comprado el tomo de Poesías de Heine de la Biblioteca clásica, donde leí con
deleite el hermoso y entusiasta proemio de V. en que aquilata hasta con cariño
los méritos del poeta judío y librepensador de Alemania.
No
sería V. ciertamente quien en odio a Le
Pape y demás chocheces de la extrema vejez de Victor Hugo, renegase del
gran poeta de nuestra raza – más que medio español- autor de Las
hojas de otoño y de las Odas y
baladas haciéndole responsable de cosas como la secularización de Sta.
Genoveva, en que tuvo parte.
Soy
franco: más que su erudición y saber inmensos, lo que en V. me cautiva y prende
mi voluntad es ese amor a lo bello que subyuga y arrastra su alma, hasta el extremo
de perdonar a Heine el ser alemán y judío y apóstata; a Leopardi su gemebundo pesimismo
trascedental y a Carducci sus extravíos neopaganos.
Yo
no sé si V. pensará como yo que no queda después de la muerte de Victor Hugo, ningún
gran poeta de raza latina, pues Tennyson vale más que Sully Poudhomme [sic],
Leconte de L’Isle, Banville y demás vates más o menos parnasianos y en cuanto a
Richepin, Rollinat y demás herederos de Baudelaire, espanta su modo de
blasfemar en frío, por no decir nada de los pretendidos poetas del naturalismo
que tanto se han burlado de la conclusión del penúltimo capítulo de Los Miserables:
“Juan
Valjean había muerto. La noche, sin estrellas, estaba profundamente oscura. Sin
duda, en la sombra, algún ángel inmenso estaba en pie, con las alas extendidas,
esperando su alma”.
¡Ay,
amigo mío! La verdadera, la grande poesía se ha ido. Yo creo que hasta el
esmero exquisito y la primorosa labor y corrección intachable de los poetas
modernos, es pura decadencia.
¿Cuándo
nos hablará Vd. En un prólogo de este asunto, digno de sus facultades, del
estado actual de la poesía en el mundo?
Insensiblemente
me he ido apartando del único objeto de esta carta, que no es otro que el de
pedir a Vd. mil perdones por lo de las cátedras.
Su
amigo y admirador s.s. q.b.s.m.
Jesús
Muruais.
PS.
¿Cuándo viene Vd. A ver este país que tanto se parece al suyo? Ahora que hay
cólera en media Península e islas adyacentes, era la ocasión de venir a este
dulce rincón, donde no entró más peste que la de la política.
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